Aquella noche de febrero nevaba en Pamplona. Pero el centro cultural de la Caja de Ahorros de Navarra estaba lleno hasta los goznes y más allá. En el Festival de Documentales de la capital del Viejo Reyno se estrenaba El cielo gira tras su paso triunfal por el muy exigente festival de Rotterdam que siempre juega fuera de los límites propios y ajenos.
Ni una entrada. No quedaba ni una entrada para el pase especial especialísimo del primer largometraje de Mercedes Álvarez. Había quien reivindicaba su origen soriano ante la directora por ver si, de paisana a paisana, se obraba el milagro. Había quien recordaba que ella, él, ya había retenido el nombre de Mercedes en la ficha técnica de ese maravilloso canto de amor al Cine y al barrio del Raval que es la película En construcción de José Luis Guerín. Fue Mercedes la maestra montadora en aquella obra apoyada por una universidad de las grandes, la Pompeu i Fabra.
Hubo quien confesó no querer perderse El cielo gira por lo mismo que no se perdió las obras de Erice, El espíritu de la colmena, El Sur, El sol del membrillo. Porque es en esas películas donde El Cine respira libre por todos los poros.
Al final, todos vieron ese documento que más tarde triunfaría en Italia, Francia, Holanda, Argentina, y que, recién, recién, ha sido venerado en Tribeca, el festival neoyorquino en el que tienen puestas todas sus complacencias Robert De Niro y Coppola, Woody Allen y Martin Scorcese. Todos vieron El cielo gira y el alma se les entristeció y alegró simultáneamente. Y los ojos rieron. Y se establecieron complicidades sin cuento entre los espectadores y Antonino, Ana, Carmen, Tomás, Begoña, los grandes protagonistas de esta historia dulciamarga, de este cuento cruel pero divertido, de esta crónica sobre cómo se viene la muerte, cómo se marcha la vida, como pasan los tiempos, las estaciones, los dinosaurios, las imágenes.
Se estrenó El cielo gira en Pamplona y la nieve dejó de caer y la Luna se preñó. Ahora, la película de Mercedes Álvarez en cuyo guión tomó parte Arturo Redin, y cuya cámara condujo Alberto Rodríguez, se estrena en nuestros cines más nuevos, Los Antiguo Berri. En la pantalla, los últimos habitantes de un pueblo soriano, Aldealseñor, y un pintor navarro que pierde la vista, Pello Azketa. Se estrena trayéndose bajo el brazo el Gran Premio de Rotterdam, el Tigre, y cien galardones más. En la pantalla, los compatriotas de la patria chica de Mercedes. Porque la directora de El Cielo gira es el último ser humano nacido en Aldealseñor, un pueblín soriano de 14 habitantes, un puñado de casas rotas, un palacio con torre árabe, misa a las 12 y frontón.
Dinosaurios y estrellas
El cielo gira es una hermosa película sobre el paso del tiempo, la memoria, los sueños y los planes. Sobre las guerras de aquí y las guerras de allá. Sobre los dinosaurios que habitaron esta tierra castellana y el hotel de lujo que construirán en esta tierra soriana. Una película sobre la vida, la muerte, la luz. Una película sobre los viejos supervivientes de Aldealseñor, supervivientes cargados de humor, socarronería, filosofía de las de verdad, de la vital; gramática parda, memoria histórica, visión de futuro. Supervivientes natos, listos como pocos, que se las saben todas. Todas las de la vida. Casi todas las del cine. Y las demás de lo que queda.
El cielo gira, rodada a pie de campo, a pie de vida, a pie de huella de dinosaurio, a pie de los cuadros que pinta Azketa, desde el otoño de 2002 a junio de 2003. Cine vivo, en perpetua construcción. Cine que sube colinas y desciende montañas. Se estrenó en Pamplona. Fue a París y conquistó el festival Cinéma du Réel. Viajó a Nueva York y ya está en Donostia.
BEGOÑA DEL TESO
