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El Cielo Gira, uno de los favoritos del Festival de Cine Argentino

Viernes, 22/04/2005

Ante todo es una película sobre el paso del tiempo y lo evanescente.

BUENOS AIRES, 22 (ANSA) - La vida cotidiana de los últimos habitantes de un pequeño pueblo en la región española de Soria es retratada como una conmovedora meditación sobre la memoria y el amor por la tierra en el filme "El cielo gira", uno de los favoritos en competencia en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, que concluirá el sábado.

La directora del filme, Mercedes Álvarez, es la última persona que nació en Aldealseñor, una villa detenida en el tiempo y habitada sólo por 14 ancianos, cuyas generaciones jóvenes emigraron hacia las grandes ciudades, encandiladas por las luces de la modernidad.

"El cielo gira" es un testimonio del aislamiento en el que quedaron muchos pueblos que no califican para ingresar en la llamada "aldea global".

Pero es, ante todo, una película sobre el paso del tiempo y lo evanescente: la fugacidad de la imagen de un paisaje o de una conversación da cuenta de la idea de "final", muy presente en el discurso de los protagonistas, conscientes de que después de su muerte desaparecerán el pueblo y su historia.

En una entrevista con ANSA, Álvarez relató que volvió en 2004 a su tierra natal, que había abandonado junto a su familia en 1969 -cuando tenía tres años-, para filmar a los lugareños y "arrancarles tres o cuatro palabras" que la ayudarán a reconstruir la histora del pueblo y también la propia.

"Fui a Aldealseñor, donde está enterrado mi padre, para saber qué queda en el lugar de los orígenes y para saber quién soy y de dónde vengo", dijo la cineasta.

Álvarez se inspiró en la experiencia relatada por el escritor italiano Cesare Pavese en "La luna y las hogueras", cuyo protagonista vuelve a su Piamonte natal, después de haber recorrido el mundo, para descubrir quién es.

"El personaje de Pavese no regresaba solamente en busca de un recuerdo sino para saber qué es un país y cuál es el secreto que vincula lugares, nombres y generaciones. Con ese espíritu volví a mi pueblo, del que no tenía fotos, sino sólo algunas notas sobre cosas que me había dicho mi familia", relató.

La directora española pasó allí un año, durante el cual obtuvo cien horas de rodaje cuyo resultado final es una reflexión sobre un viaje al pasado y su relación con el presente.

En un registro que une las fronteras del documental y la ficción, el filme registra escenas de la vida cotidiana de los lugareños, que preanuncian el final en cada tarea o intercambio de palabras.

La cámara es sólo un testigo del devenir de la vida y de las reflexiones de los aldeanos: dos ancianos discuten sobre la profundidad que debe tener una tumba con el mismo tono en que se preguntan sobre la visita semanal del panadero o pescadero, que han dejado sin provisiones al pueblo.

El cielo, las nubes y el paisaje se ausentan intermitentemente por la niebla y refuerzan la idea de inestabilidad de las cosas, que de un soplo desaparecen frente a los ojos del espectador, como la gente de Aldealseñor.

"Nadie va allí ni se interesa por ellos porque viven en un tiempo que no es tiempo, fuera del tiempo y su cultura desaparecerá para siempre. Yo quería filmar el final de esa cultura que no será sucedida", subraya Álvarez.

La cineasta llegó, con su cámara, sólo con la intención de realizar una investigación que la convirtiera en testigo de la historia. La primera imagen que la atrajo y filmó, con la que comienza la película, fue un monte con un pequeño árbol perdido en el horizonte.

"Es la vista que tenía desde la ventana de mi casa, aunque la visión de tal y como era la primera vez que la ví ya no pueda recordarla", reflexiona la directora.

"Sin embargo -continuó- estaba atada a ese paisaje de un modo raro, visceral, sentí que pertenecía allí, como las piedras".

"Y de pronto comprendí que todos los árboles y caminos que me habían cautivado en distinos paisajes que conocí, eran ese árbol y ese camino y sentí que en ese lugar las cosas se me revelaron por primera vez", concluyó.

La poesía de "El cielo gira" reside en el curso cíclico de la historia y de la propia vida: entre las primeras sensaciones de la niñez, cuando todo está por revelarse y el crepúsculo, cuando lentamente todo comienza a desaparecer.

Es el único registro y legado de las últimas catorce voces de Aldealseñor, cuya historia es la de todos los pueblos y la del vínculo de todos los hombres con su tierra.

Por eso no es difícil al ver el filme recuperar la primera mirada sobre las cosas, a través de esa sensación ambigua y nostálgica que se experimenta cuando se vuelven a visitar los lugares de la infancia.

Por MARIA ZACCO

 

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