Index
 

Hoy, jueves: Max: 0 ºC, Min: 0 ºC

 
 

Noticia: La Vanguardia (edición digital)


Diez mil años se desvanecen

Lunes, 30/05/2005

No sabe una qué es peor, si la muerte del pueblo o su reencarnación en tiendas de souvenirs.

Un fotograma del documental El cielo gira, de Mercedes Álvarez

Un documental -que ya se sabe que interesan a muy poca gente-, hecho además por una desconocida -es el primer largometraje de su directora- en el marco de un máster de la Unersitat Pompeu Fabra -una especie de trabajo de fin de curso-, El cielo gira, tenía todos los números de la lotería para pasar inadvertido. Si en vez de eso está siendo un éxito, no es sólo porque es una película excelente, ganadora de varios festivales, sino porque habla de algo que hemos vivido, de cerca o de lejos, muchísimos españoles: la muerte del campo.

¿Quién no tiene unos abuelos que dejaron el pueblo? Los míos maternos venían de dos aldeas de Ávila, con nombres preciosos - Mombeltrán de la Cueva y Arenas de San Pedro-, y los recuerdos de su vida allá, que me contaban cuando yo era más pequeña, son mis verdaderos recuerdos de infancia, mucho más vívidos, intensos, misteriosos, que mi propia y banal niñez de la que no recuerdo nada. ¡Cómo iba un vulgar patio de colegio, una ventana con vistas a la pared de enfrente y una plaza junto a una gasolinera a competir con la fuente del Cuento, el castillo de la Triste Condesa, el charco Verde y el tío Mea-poco-y-con-pena!...

De todo eso ya no queda nada, más que novelas como las de Julio Llamazares o Luis Mateo Díez, o este documental de Mercedes Álvarez.

"Mil años se desvanecen", susurra su voz en off acompañando las bellísimas imágenes. Pero se equivoca: ese modo de vida que ahora muere, "sin estrépito y sin testigos, como mueren las civilizaciones" -en palabras de la crítica neoyorquina Babara Celis-, ha durado mucho más de mil años. Poca diferencia hay entre la vida de los catorce habitantes que aún quedan en Aldealseñor y la de los campesinos griegos o romanos. Ellos también distinguían perfectamente una hoja de chopo de una hoja de sauce; ellos también araban, pastoreaban, rezaban, encendían el fuego; ellos también veían cambiar los colores del campo, y oían el crepitar de la lumbre, el canto del gallo, los grillos, las cigarras, el viento, el ladrido de los perros... Y los nombres de los improvisados (y a veces excelentes) actores acentúan ese carácter intemporal: se llaman, como en la antigüedad, Antonino, Crispina, Áurea, Eliseo, Silvano...

Supongo que si pudiéramos escoger, la gran mayoría de nosotros -aunque quizá ese nosotros se limita a los privilegiados- preferiría vivir en una gran ciudad que en un pueblo, por la variedad y la libertad que nos ofrece. Pero nos gusta saber que otro modo de vida seguía existiendo. Ya no. En Aldealseñor están convirtiendo el palacio abandonado en un hotel de cinco estrellas, y no sabe una qué es peor, si la muerte del pueblo en cuerpo y alma, o su reencarnación en forma de pueblo con encanto, con las casas reconvertidas en tiendas de souvenirs y restaurantes, como ha pasado en Girona con Peratallada o en Segovia con Pedraza, por poner dos ejemplos entre mil. Y ya no habrá ningún sitio al que podamos llevar a nuestros hijos -como los abuelos nos llevaban alguna vez al pueblo- para que se enteren de que la leche no viene en tetrabriks, ni las gallinas ponen los huevos con la fecha de caducidad impresa, y para que al ver un burro no exclamen -como yo lo he visto hacer- "¡oh, un conejo!" porque tienen las orejas grandes.

Laura Freixas
mail@laurafreixas.com

 

COMENTARIOS:

No hay ningún comentario de esta noticia todavía





Comentar

Código de seguridad: Escribe el código *
* Es obligatorio completar los campos
NOMBRE Y CÓDIGO DE SEGURIDAD
Comentario