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Noticia: Heraldo de Soria (edición impresa)


El Cielo Gira

Domingo, 29/05/2005

Texto: Silvano Andrés de la Morena

"EL CIELO GIRA" se abre con un inquietante silencio. Pero Mercedes Álvarez, con toda seguridad, debe de estar rebosante de ruidosa alegría por una obra que le está llenando, con toda razón, la hoja de su currículum profesional. No está nada mal haber conseguido el primer premio del Festival de Cine de Rotterdam, el premio a la mejor película en el Festival de París Cinéma du Réel, también el primer premio en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, 2005 o el premio Fipresci de la Crítica Internacional.

El cielo gira en la vida de esta novel cienasta. Que llegue con estas cartas de presentación a las pantallas españolas una película tan soriana como universal, así la he gozado yo al menos, que situó su cámara en Aldealseñor, el pueblo donde su directora nació en los años 70, para dar vida a la poca que les queda a sus 14 habitantes, es todo un éxito artístico, personal, emotivo y técnico.

"El cielo gira" exhala múltiples emociones. No soliviantan las mismas a quienes han nacido, como Mercedes Álvarez o yo mismo, en un pueblecito, de Soria, de Castilla o de cualquier lugar del mundo, que un urbanita de origen. Cuando uno oye, ve e intuye lo que corre por dentro de Antonino Martínez, de Silvano García o de Crispina Lamata, se le representan demasiadas cosas, tanto en el cerebro como en el corazón. En sus palabras cortantes, en las frases hechas, en las elipsis, en las miradas o en los movimientos de las manos.

Uno, que también es de pueblo, percibe con cierto temblor en el cuerpo, desde la distancia que da la butaca del cine y también la de saberse espectador, que, ahora ya sí, toda una época se nos acaba, aquella que nos vió nacer, aquella que creó una gramática de centenares de años de historia, cultura y tradición. Y, de pronto, deglutida por un presente acelerado, se encuentra en un precipicio en el que ha desaparecido el tiempo y que, por lo tanto, ya no tiene continuidad. Ni continuidad ni personajes ni actores.

Todo eso, Mercedes Álvarez nos lo cuenta con una naturalidad pasmosa. Con una naturalidad pasmosa que intuye el final de un tiempo que borrará toda la memoria, porque nadie quedará allí para contarlo ni, lo que es más duro, para poder interpretarlo. Antonino, Silvano, José, Cirilo, Josefa, Áurea, Milagros, Elías, Crispina, Valentina, Blanca y Román, cerrarán una puerta que ya no permitirá contemplar ni las lomas ni las primaveras ni los inviernos, porque la niebla acabará siendo perpetua. Esa niebla que, según declaraba la autora al diario catalán "Avui", "remite a la memoria borrosa de mi infancia. Yo me fui de Aldealseñor cuando tenía tres años, a finales de los 70, un día que no puedo recordar". Cuando la niebla definitiva borre para siempre esas voces, ya nadie sabrá suplantarlas ni en el arte de la imagen. Éste es un auténtico acierto de Mercedes Álvarez, el de dar voz propia a los protagonistas de su obra, porque nadie puede suplir a unos seres de carne y hueso, en esta obra a medio camino entre la creación y el reportaje, aun sabiendo que la directora haya sometido a una auténtica selección un trabajo de muchas horas. En este sentido, ha conseguido una verdaera crónica de la memoria viva, un verdadero homenaje a sus antepasados y un regalo para quienes le dieron vida, biológica e histórica. Es la capacidad que tiene el arte de inmortalizar el tiempo.

Y, en medio, una aterradora soledad. La del páramo vacío de Soria. El cielo, la vida misma, gira, como diría Antonino, desde el principio de los tiempos, y, mientras vivamos, vivamos, porque no se sabe qué habrá después. "Ya lo decía el cura". El cielo gira. O cómo podemos apropiarnos, frente al reto cromático, del paso de las estaciones, de las sombras de las nubes y de esas gavillas de luces que se cuelan con soledad furtiva por las grietas de puertas, paredes y ventanas de un mundo que fue y ahora produce escalofríos cuando lo contemplas desde la distancia del espectador. Antonino, ese personaje que sabe representarse a sí mismo como figura modélica del escepticismo inveterado del campesino soriano, de su pragmatismo empírico e incluso de su humor casi trágico. Los campos hermosamente solos, lejos de lo humano, sólo contemplados por unos pocos que esperan, en la soledad de su existencia cotidiana, una muerte pronta y sin la compañía de los suyos, que huyeron lejos en busca de "una vida mejor". Hay poesía, mucha poesía, en las palabras cortantes, secas, agudas, trágicas y sinceras de esos campesinos de Aldealseñor, pero que podrían ser de cualquier otro pueblo. Es, sin duda, una película de Soria, de una Soria real y con certificado de límite en tiempo breve.

"El cielo gira" es una despedida. La despedida de una línea generacional y cultural que ha llegado a sus últimos días, por eso Mercedes Álvarez les viene a dar, con dolor, amor y arte, el último adiós. Ha vuelto a darles la inmortalidad que sólo el arte sabe dar, la de la imagen y la palabra. Y ha acertado, porque la película-testimonio se pasea por el mundo entero con un éxito apabullante. Aldealseñor se convierte, en este sentido, en uno más de esos lugares que la acción creativa humana ha inmortalizado. Por eso, se está convirtiendo en nuestra mejor embajadora y cualquier elogio y reconocimientos serán pocos. Es la auténtica película sobre Soria, en la que su directora ha sabido, justo en el contexto histórico y cultural adecuados, convertir lo local en auténticamente universal.

¿Sabrán nuestras instituciones reconocerlo, como lo está haciendo el público? "El cielo gira" se cierra con un inquietante silencio.

 

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